viernes, 17 de enero de 2014

13. La Flor del Loto.


San Martín, quien durante su juventud había combatido la langosta napoleónica y en su madurez, mentado y liderado la epopeya emancipadora de la América hispana, asiste en su vejez a la epifanía del proletariado: la derivación natural de sus luchas. San Martín y aquellos Hombres en su hora presintieron el requiebre y el envejecimiento del entramado del poder europeo sin alcanzar a vislumbrar el nuevo tejido, la nueva composición. Al igual que con Moisés, les estaba reservada sólo la tarea de liberación.

'San Martín a bordo de la fragata George Canning', óleo de Alexander Norman Clark (Instituto Sanmartiniano)Tomado de Pinacoteca Virtual Sanmartiniana, de don Jorge César Estol
La anarquía lo obsesionaba. Todo menos el desorden, la falta de autoridad competente y regular, la falta de cohesión tras miras claras y ambiciosas. Pero el desarrollo de los acontecimientos no encerraban ningún mal o en todo caso, el mal está en la naturaleza del hombre y extirparlo no es tarea de los libertadores o de quienes gobiernan.

No es extraño que su Figura despierte entre los inquietos ojos de quienes viven buscando culpables por todos lados sentimientos controversiales. En vida y en vigor ya los despertaba. Su renunciamiento al Perú puede explicarse desde una posición modesta que no busca emparentarse con lo político. Pero quien conquista no puede -y quizás no deba- desentenderse de lo conquistado. San Martín no admitía menos que el renunciamiento total y altruista de una autoridad constituida y respetable, pero él solo se abocó a derribar instituciones decadentes sin una propuesta clara para reemplazarlas y sin la pasión por el poder suficiente como para asumir protagonismo en las nuevas. No faltaron hombres que agarraron con los dientes todo lo que San Martín soltaba liberalmente de entre sus propias manos.

Uno supone que a esa altura del camino no debe quedar muy claro si lo andado es suficiente como para seguir en el curso trazado cuando tallan los ideales o, si lo que conviene es regresar a lo conocido con una lección bien aprendida por todos los participantes. Porque el mundo no se detuvo ni un momento, tuvimos que salir a jugar en el concierto de las naciones sin conocer siquiera las dimensiones del campo de juego. Y muchas de las cosas que entonces nos avergonzaron, con el tiempo debimos asumir que estábamos equivocados. Suele pasar, que incluso un error, en el tiempo, termine siendo la mejor opción entre diversos errores.

Volvamos un segundo a San Martín, para evitar malos entendidos.
Si San Martín hubiera contado con seis generales como Las Heras o Miller, sin dudas se habría animado a echar baza en el ágora directamente: todo proyecto necesita del milagro que sólo los hombres de confianza, leales, capaces, subordinados a una idea general y a una autoridad pueden realizar. Pero estos atributos suelen venir desperdigados.

Los conspiradores contra el Libertador hicieron mella en su actitud, no lo dudamos. Los segundos y terceros mandos, aquellos que jamás aparecen en los libros, son capaces de dañar toda una estructura moral que generalmente descansa en pocos hombros, como no puede ser de otro modo. En la arena de la política, ayer y hoy, es lo mismo. Ningún hombre de estado cuenta solamente con aquellos recursos que desearía, y sin embargo, la lucha continúa y la más de las veces deben soportar el peso de la opinión pública por el accionar malintencionado o simplemente mediano de quienes se espera compromiso, gestión, celeridad, etc.

La materia prima necesaria para gobernar es tan costosa como aquella otra para liberar naciones. Y la semilla en el granel viene como viene. Un líder apenas puede responder por sus propias acciones de gobierno y mucho menos por los alcances o efectos de segundo y tercer orden. Y sin embargo aquí estamos nosotros, jueces inapelables, irritables, muy por encima de la pequeñez de nuestros logros, condenando a quienes se involucraron y festejando a quienes no lo hicieron.

Bastaría que al león se le cayeran todos los dientes para ver qué tan taimados y dañinos pueden ser bichos que hoy se nos presentan como tiernos e inofensivos.

Diez años de libertad, y vemos a todo el territorio del antiguo virreinato siendo un despliegue de pícaros y velocistas, liberales, católicos y conspiradores. Y los indios…los benditos indios y los portugueses, un recordatorio permanente de la fragilidad de los proyectos y la necesidad de hombros fuertes que sostengan los asuntos cuando da ganas de tirar todo por la borda.

Sin hacer parada en Montevideo, San Martín llegaría a Puerto de Buenos Aires el 6 de febrero de 1829. Ya habían transcurrido diecisiete años de aquella llegada en la Canning donde vendría de joven oficial a poner su sable al servicio de la independencia americana. A su paso por Montevideo se había anoticiado de la creación de la nueva nación uruguaya, de la revolución de Lavalle, del final de los días activos de don José Gervasio Artigas; de la muerte de Francisco Ramirez el entrerriano y del crecimiento cimarrón de la figura de Facundo Quiroga. Un cartel lo recibía desde el escarnio, tratándolo por cobarde por no haberse presentado en ocasión de la guerra con el Brasil. Un puñado de amigos se acercó a la rada para saludar al Libertador cuya presencia no era deseada prácticamente por nadie. Y no descendió del buque, quizás por tristeza o por evitar ser utilizado con fines políticos por unitarios y federales. San Martín repugnaba los manejos de quienes gobiernan y no dispuesto a ceder en sus ideales retornaría a Europa donde envejecería y moriría a la sombra de sus hazañas y de una vida esquiva. América no trataría bien a sus libertadores. Nuestro híbrido no tardaría en mostrar sus uñas con quienes debía mostrar gratitud. Esto lo presenciamos a menudo.

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De entre cientos de fusilamientos hubo uno durante el alzamiento de Juan Lavalle que germinaría en un árbol cuyo fruto amargo sería un dulce en conserva que duró casi unos treinta años.

Un fusilamiento que no hacía sino demostrar que Buenos Aires deliberada y unilateralmente imponía y se quitaba de en medio gobernantes como una prerrogativa de su sola voluntad política. Hablo de Manuel Dorrego, otro oficial del ejército de los Andes como Lavalle, su verdugo. Su arrogancia y paternalismo para con gauchos y soldados irritaba a quienes procuraban una nación sostenida en las columnas del derecho y del ideario democrático de academia. Y también irritaba a los federales quienes no procuraban nación alguna: que cada provincia procure para sí misma.

'Coronel don Juan Bautista Bustos', fotografía extraída del libro 'Historia Argentina' de Diego Abad de Santillán. TEA, Tipográfica Editora Argentina. Tomada de Wikipedia
Es necesario entender que las provincias guerreaban entre sí y que la duración de un gobierno provincial cuya legitimación exigía más de violencia que de argumentos, era de carácter incierto. Nada garantizaba el retorno del depuesto por lo que, a más de inestables, eran poco confiables. ¿Quiénes representaban los intereses de una provincia cualquiera? ¿Y quienes los de un país naciente? La legitimidad de un Congreso no era un asunto desdeñable. Y el Despotismo, al igual que los portugueses o los indios, era la realidad: la figura del Caudillo aseguraba a sus comprovincianos de tareas, comida y pertenencia. Cada provincia tenía la lógica de un ejército.

El coronel Bustos –amigo de San Martín-, por ejemplo, propugnaba por una república y una Constitución proyectada y liderada desde Córdoba. Bernardino Rivadavia fue un tenaz opositor a este esfuerzo y trabajó para que jamás se diera tal Congreso. No es menos cierto que sobre Buenos Aires recayó desde un inicio el peso de la revolución, y que para los tiempos de marras, la guerra contra el Brasil también se había llevado adelante con poco apoyo del interior. Pero las ideas revolucionarias partieron siempre de Buenos Aires y floja perfomance hubiera significado que quienes promovían ideas cuestionadas aún en los rincones más granados de Europa se desentendieran del hervidero que habían generado en estas tierras.

No era sencillo demostrar que si se había dejado solo a Artigas durante tantos años y se le había dado al asunto Brasil un tinte personalista que recaía en la figura del propio Caudillo oriental, ahora convenía a la causa general el involucrarse. Una declaración de guerra a Portugal hubiera significado el fracaso de toda posibilidad de independencia ya que no podríamos hacer frente a la Santa Alianza y su amenaza latente si Portugal no hubiera –por su propio interés, claro- mantenido las costas del Atlántico libre de todo tipo de embarcaciones de guerra desde Europa. Entonces don Juan Martín de Pueyrredón no es tan mediano como solíamos creer cómodamente sentados y con la pluma de Balzac siempre con tinta y a la mano.

Liberales y Absolutistas era la confrontación a todo nivel y en el planeta entero. Un mundo en las manos de los pueblos o en las conocidas y previsibles de los reyes. En el medio, vientos de prosperidad o de malaria, siempre ajenos al deseo y a la voluntad de los mortales.

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Nuestra historia es ambigua, contradictoria, enervante y excitante. Por momentos, ridícula y por momentos, admirable. Así nuestro presente.

Un problema insuflado por nuestros historiadores es el de generar puntos de contacto provocados por simpatías con algunos hombres, o por el contrario, buscar desprestigiar figuras a fuerza de contrastrarlas con valores que apenas hicieron su aparición en escena hace un puñado de años y que vaya uno a saber si subsistirán así como los conocemos dentro de veinte o treinta años. Nosotros –un hornero- por falta de toda ambición, rescatamos logros y mérito absolutamente de todos nuestros padres y abuelos de esto que es una nación y se llama Argentina. Nada nos avergüenza, ni aún lo vergonzante.

Hablar de don Juan Manuel de Rosas debiera ser sencillo y sin embargo lejos está de serlo. El Rosas estanciero, el hombre de Buenos Aires, no admite mayores dificultades. El político las asume todas. Pero como es imposible comprender al Rosas político sin tener algunos elementos a la vista, intentaremos preludiarlo antes de ponerlo de lleno en escena. Seremos pródigos en torpeza como en honestidad.

Hablar de Rosas sin hablar de Rivadavia es no hacerle justicia a ninguno de los dos. Estoy tentado a decir que ambos fueron nuestros más cercanos antepasados. Pueden apreciarse rasgos de Ellos a lo largo y ancho de los tiempos argentinos, cosa no tan clara cuando se piensa en San Martín, Mariano Moreno o Monteagudo por citar tres hombres también admirables.

Este número se enorgullece en presentar una vez más el interludio a cargo de Pablo Martín Cerone. Para el Lector de Un Hornero su sola mención le dice mucho. Y las postales de Darío Lavia, detalle de buen gusto y de fina capacidad de observación. A leer entonces.

Una última cosa. Este número tendrá una lógica y dinámica bien distinta a los anteriores. Iremos y volveremos de los asuntos como quien traza sobre el papel la silueta de la flor del loto.

'Fileteado sobre nuestra insignia nacional'. Bello trabajo de autor desconocido

La invasión de los 33 Orientales fue proeza que conmovió los ánimos en las Provincias Unidas y en el flamante Imperio del Brasil. A Ellos se les sumarían varios cientos quienes a inicios de mayo escalarían el Cerrito de la Victoria frente a Montevideo para poner sitio a la ciudad.

'Presidente don Juan Antonio Lavalleja', óleo sobre tela realizado por el pintor Jean Philippe Goulu (1786-1853), tomado de Wikipedia
Buenos Aires recibió la noticia con la misma algarabía desenfrenada con que se recibió el triunfo de Ayacucho. El 14 de julio se instaló el primer gobierno oriental y una Asamblea declaraba la independencia de la provincia para sumarse al coro de las “Confederadas”. Con la declaración de la Florida (25 de agosto)se avistaba la guerra.

El 24 de setiembre llegaría la victoria del Rincón de la mano de Fructuoso Rivera y el 12 de octubre, el notable triunfo en Sarandí, una cancha siempre difícil. Conocida la suerte de Sarandí, el emperador Pedro I, hijo de don Juan VI, declaró la guerra a las Provincias Unidas el 10 de diciembre de 1825.

El bloqueo al Río de la Plata fue riguroso. Las Heras, encargado del Poder Ejecutivo Nacional provisorio envió a costas del Uruguay un ejército al mando del general Martín Rodríguez

'Combate naval de Quilmes, durante la guerra con el Imperio del Brasil' (1826), imagen tomada de Gacetamarinera digital

...y se conformó a la vez una pequeña escuadra comandada desde sus inicios por el almirante Guillermo Brown quien para febrero de 1826 le había asestado a la armada imperial golpes durísimos en Punta Lara y Punta del Indio, en el combate en el fondeadero de Los Pozos frente a la Recoleta y frente a la mirada de todo el pueblo (junio), y luego en Quilmes (julio).

Hacia fines de 1825, Las Heras había encargado el envío de tropas compuestas de milicianos de distintas provincias con destino al Brasil. La Madrid no tuvo empacho en servirse de las mismas para derrocar al gobernador del Tucumán Javier López y ponerse él mismo al frente de aquella provincia.

El 3 de febrero de 1826 se proclamaba Presidente de una república en embrión a don Bernardino Rivadavia, votado ampliamente en el Congreso. Las provincias prestaron poco apoyo al conflicto con el Brasil quizás en señal de desaprobación.

En setiembre de 1826 llegaba al país Lord Ponsonby en carácter de mediador. Presentó un proyecto de paz cuyo artículo 1° decía “…la Provincia Oriental será declarada estado libre e independiente”. Rivadavia designaría al general don Carlos María de Alvear como comandante en jefe del ejército al tiempo que se imponía en el Congreso la constitución unitaria.

Juan Facundo Quiroga se levantó en La Rioja y depuso al gobernador de Catamarca, Manuel Antonio Gutiérrez, aliado de La Madrid a quien derrotaría luego en el Tala (27 octubre de 1826).

Alvear y un ejército con más de 6.000 hombres acampaban al pie del Arroyo Grande (diciembre 1826) en cercanías con la frontera brasileña.

'Combate del Juncal. Fase final' Óleo sobre tela (1865) del artista José Félix Murature, tomado de www.histarmar.com.ar

La armada imperial intentó encerrarlo pero fue gloriosamente derrotada por nuestra escuadra en la batalla del Juncal (10 febrero 1827). El 20 de febrero, Alvear alcanzaría la gloria para nuestras armas en Ituzaingo. Para marzo llegarían a Buenos Aires las buenas nuevas y en abril partía con rumbo a Río de Janeiro el Dr. Manuel José García con nuestra propuesta de paz.

En mayo y bajo los auspicios de Bustos, Cuyo, el Litoral, el Noroeste y Córdoba firmaron una alianza ofensiva y defensiva y se prometían en invitar a Buenos Aires, Catamarca y Tucumán para darse todas una Constitución federal: confrontación en su máxima expresión.

Al llegar las noticias del acuerdo desde Río y la consiguiente independencia de la Banda Oriental, estallaron los ánimos en Buenos Aires, derivando en la renuncia de Rivadavia aceptada por el Congreso quien designara provisoriamente a Vicente López a cargo del ejecutivo. Su primera providencia fue convocar a elecciones en Buenos Aires: lo nacional se desvanecía con el bando de un gobierno provisorio. No se volverá seriamente sobre el asunto hasta bien entrada la década del cincuenta.

La legislatura provincial elegiría gobernador al coronel Manuel Dorrego, campeón del Federalismo. Con la disolución del Congreso quedaron suprimidas la presidencia nacional y la capitalización de la república. Esto fue bien recibido por las provincias quienes también afirmaban su autonomía por sobre cualquier otra forma de soberanía.

Dorrego removió a Alvear y nombró a Lavalleja al frente del ejército. Las fuerzas imperiales continuaban en Montevideo, Colonia y Río Grande. Lavalleja, también en armonía con Ponsonby trabajaba por la independencia. El bloqueo en el Plata y la situación interior llevaron a Dorrego a contemporizar y a nutrirse ahora del mismo caldo que tanto alimentara a Rivadavia. Bustos presionaba al tiempo que el grueso del ejército regresaba con el triunfo en el campo de batalla y la derrota en los escritorios, fines de noviembre de 1828.

'Buenos Aires vista desde Retiro' Acuarela de 'Vidal'(1819)Tomado de Pinacoteca Virtual Sanmartiniana, de don Jorge César Estol

La madrugada del 1° de diciembre muestra un motín en los cuarteles de la Recoleta. Tomaban el parque de la artillería al tiempo que Dorrego se trasladaba a Cañuelas. Los unitarios de la ciudad premiaron al flamante general Juan Lavalle con el cargo de gobernador de Buenos Aires, probablemente paso previo a la restauración del Congreso de Rivadavia o a algo sin dudas superador, a perseguir y fusilar a Bustos, López, Quiroga e Ibarra. Rosas preparaba el terreno desde la campaña de la provincia y por entre el círculo de hacendados de Buenos Aires. No detentaba cargo ni bandería alguna. No había modo de entrarle al toro.

Lavalle salió el 6 en búsqueda de Dorrego, hecho sin dudas que habla mucho más de Lavalle que del propio Gobernador. Rosas le instó a allegarse hasta Santa Fé en el marco de la flamante convención nacional convocada por el mismo Dorrego pero éste prefirió guarecerse en un acantonamiento militar de frontera comandado por Pacheco.

En enero de 1829 retornaba con las últimas tropas del Brasil el también flamante general José María Paz, asunto celebrado por el partido unitario que se robustecía y equilibraba fuerzas en el interior del país. Paz sería nombrado ministro de guerra en tiempos que la Convención de Santa Fe designaba a Estanislao López como general del ejército de la Nación. Lavalle decide marchar contra Santa Fe mientras Paz hacía lo propio hacia Córdoba para destituir a Bustos, figura odiosa en el ánimo de los unitarios y de los porteños en general. Lavalle subió hasta el Arroyo del medio (San Nicolás) pero fuerzas de López y milicias de Rosas lo obligaron a recular asestándole el golpe de gracia en la batalla del Puente de Márquez el 26 de abril de 1829.

Lavalle inició conversaciones a espaldas de López con Rosas, segundo en el ejército nacional. Ahora el escenario excluía a las provincias liberando a Buenos Aires de la opinión y participación del resto de las confederadas. ¿Acaso no era eso exactamente lo que se propiciaba? Celebraron el convenio de Cañuelas en el que sometían todo lo pasado –cuartelazos, derrocamientos, fusilamientos…- al resultado de comicios en la ciudad entre listas confeccionadas con afinidades entre ambos caudillos. Es el tiempo en que San Martín se negaba a desembarcar en el puerto de Buenos Aires luego de su ausencia de seis años en Europa. Lavalle al fin terminaría designando junto a Rosas al general Viamonte al frente -provisoriamente- de la provincia de Buenos Aires.

General don José María Paz, litografía (1829) tomada de www.historiaparroquias.com.ar
Paz vencía a Bustos el 22 de abril en San Roque y se plantó a la espera de Quiroga quien llegaba en auxilio del Caudillo desde La Rioja y que sería vencido en la batalla de La Tablada el 22 de junio. Estos triunfos le valieron a Paz el liderazgo de varias provincias del interior, terminando por disolver la Convención de Santa Fe contribuyendo tangencialmente a la causa de Rosas quien como vimos firmaba con Lavalle el acuerdo de Cañuelas.

Arrancaba así el primer gobierno de Rosas (1829-1832) con facultades extraordinarias. Entre sus primeras providencias ordenó el traslado de los restos de Dorrego al cementerio de la Recoleta flamantemente incautado por la reforma religiosa de Rivadavia y devenido en camposanto. Rosas en Buenos Aires y Paz desde Córdoba, ambos con facultades extraordinarias y ambos con ambiciones cruzadas. Enero de 1830 y Paz siempre en conversaciones con López, ya encabezada 9 provincias. Quiroga rearmaba su ejército y afirmaba posiciones desde Cuyo buscando romper la flamante hegemonía cordobesa e intentando vengar lo de La Tablada, y el 25 de febrero se verían nuevamente las caras en Oncativo siendo nuevamente derrotado por las fuerzas del Manco.

Rosas afirmó su posición en el Litoral y apuntalaría un ejército en Pavón, en cercanías de Santa Fe, previo a sentarse a negociar con López y con Pedro Ferré, caudillo de Corrientes, para instaurar “…una Liga de reciprocidad e interés” comprometiéndose a incorporar a cualquier provincia que deseare continuar el curso de sus asuntos en un régimen federal. En buen criollo, buscaba armar un bloque para confrontar en todos los terrenos con el eje de Paz y asegurarse a López de su lado del río.

'Fileteado sobre nuestra insignia nacional'. Bello trabajo de autor desconocido

...otro pétalo.

Bolívar apuraba por invadir el Paraguay siempre indiferente a aquellos sueños de Patria Grande, para allegarse hasta el Brasil. Rivadavia recelaba de toda idea hegemónica latinoamericana. Argentina entró en guerra con el Brasil -1826-1828-. Alvear deshizo al ejército brasileño en Ituzáingo, ejército de colonos alemanes que procuraban extenderse por el vasto Brasil con palas y azadas y que terminaron enrolados en el ejército y en la armada. Brown venció a la armada imperial en todas las batallas, y la Santa Alianza no se atrevió a enviar fuerzas al conflicto, quizás aleccionados por las no tan lejanas experiencias invasoras inglesas y del mal pasar del ejército realista que para la hora que comentamos se hallaba dividido y apoltronado en el Perú.

La guerra con el Brasil llevó preocupación a los intereses británicos en nuestras costas. La misión García / Rivadavia fue el ocaso de la vida política de éste último y el final de una unidad nacional que quedara en un puñado de intenciones. No eran aquellos los hombres a quienes el Destino buscaba premiar con el logro de tales ambiciones.

'Don Manuel José García' litografía de Edmond Desmadryl, propiedad del Sr. Manuel Rafael García-Mansilla, tomada de Wikimedia
El Dr. García habla: “…del riesgo inminente que corría la república de perecer en la más completa disolución y que el tiempo revelase con claridad al gobierno del Brasil nuestra lamentable situación interior en cuya hipótesis difícilmente accedería a la paz sin nuevas condiciones (…) persistiendo en tratar con el gobierno nacional (ó) sacando partido del negociar con las provincias por separado, medio que ya ha ocurrido”. García no halló entonces ni una sola voz que lo justificara pero es indudable que actuó con la convicción que de las provincias sólo podía esperarse conflictividad y poco o ningún compromiso en lo relacionado con la 'integridad' o el conjunto de las Provincias Unidas.

Al Brasil le alcanzaba con sostener el bloqueo indefinidamente y no había relación entre el daño que pudiéramos infligirles en el campo de batalla con el que Ellos y un conflicto siempre en suspenso pudieran derivarnos en el campo del comercio. García buscó priorizar al todo en vez de las partes, pero representaba a un gobierno impopular y débil en extramuros.

Lord Ponsonby afirmó: “las bases firmadas por el Sr. García son eminente e inesperadamente ventajosas para la República pues le confieren de hecho todo lo que el gobierno pueda desear”, apuntando al reconocimiento de la integridad por parte del Imperio y a la pérdida de la provincia oriental que por otro lado deseaba y trabajaba silenciosamente en ello.

'John Ponsonby, Primer Vizconde Ponsonby, Caballero de la Gran Cruz de la Orden del Baño' Stephen A. Schwarzman Building / Miriam and Ira D. Wallach Division of Art, Prints and Photographs, tomado de digitalgallery.nypl.org
Ante el ardor provocado por la gestión de García en Río, Rivadavia intentó salvar el gobierno acusando a su ministro de excederse en el uso de sus poderes pero no hubo caso. Bustos proponía desde Córdoba el juicio a Rivadavia por crimen de alta traición a la Patria. Dorrego triunfante asumiría la gobernación y capitanía general de la provincia, junto al Dr. Manuel Moreno como ministro de gobierno, Juan Ramón Balcarce de guerra y “minister of finance, don Manuel de Rosas".

Moreno fue confidente con Ponsonby quien ya veía en Rosas al mejor hombre que pudiera encontrarse en estas circunstancias pese a los esfuerzos de Bustos desde Córdoba. Ponsonby vio claramente que no podría acontecer cosa de relevancia en la que Buenos Aires cediera protagonismo a manos de ninguna de las provincias.

Woodbine Parish, conspicuo hombre de negocios y diplomático británico decía “…la idea de una convención había surgido junto con la del derrocamiento de Rivadavia y la disolución del Congreso Nacional'. De esa convención saldría una constitución federal. Bustos había contribuido a que Dorrego alcanzara la gobernación y el comando de las provincias durante la guerra, con el entendimiento mutuo que éste último le liberara su camino hacia la presidencia cuando ésta culminara.

Es probable que un error de Dorrego haya sido el de dar demasiada entidad a la opinión de las provincias y que buscara lejos en vez de en su propia casa el apoyo necesario de gobernabilidad.

Disuelto el Congreso de Rivadavia no cabía otra representatividad que la de los propios gobernadores quienes tenían una opinión exagerada de sí mismos en el curso de los asuntos generales y quienes intentaron aprovechar de las ventajas que les ofrecía las dificultades que la guerra traía sobre Buenos Aires. Y recuerde el Lector que esto no expresa mi sentir sobre el asunto sino el del propio Dorrego quien, como ya se ha dicho, sostuvo desde los inicios al Federalismo y la autonomía de las provincias.

Setiembre de 1828 y la paz ya había sido concertada. Fructuoso Rivera, indócil como era y creyendo que era su momento, buscó de atacar el Paraguay. El 1° de diciembre estallo la revuelta de Lavalle.

'El Fuerte de Buenos Aires desde la ribera norte' hermosa litografía coloreada, MHN de Buenos Aires. Tomado de Pinacoteca Virtual Sanmartiniana, de don Jorge César Estol

Dorrego dejaría el Fuerte en solitario partiendo en busca de las milicias de Rosas. Esta maniobra de Lavalle no se la veía como algo inesperado ni gratuito sino exagerado. Pero la caída de Dorrego no haría sino empeorar el cuadro del entramado de las relaciones entre Buenos Aires y el Interior y el proyecto de Bustos entraba en el plano de indefinible: cualquier proyecto de confederación debía incluir a Buenos Aires o al menos a su Puerto. Las provincias entonces no se mostraron demasiado interesadas en la suerte de Dorrego y así fueron las cosas hasta la tragedia de Navarro.

Enero de 1829 y ya se escuchaba hablar de “la guerra de los gauchos”.

Los restos de Dorrego frente a la Catedral (1829), litografía del artista francés Arthur Onslow. Tomado de Pinacoteca Virtual Sanmartiniana, de don Jorge César Estol

Desde Navarro que Lavalle procuró alejarse del escenario político sin levantar más polvareda. La muerte de Dorrego no le facilitaría nada a nadie salvo a Rosas, pescador de aguas revueltas. No lo dude Amigo Lector: la muerte de Dorrego es algo grave. El propalar de la muerte de Dorrego es otra cosa, de otra naturaleza bien distinta. Hombres que no hubieran dado nada por Dorrego ahora estaban dispuestos a arriesgar sus vidas por preservar el honor del Muerto. Rosas inhumaría los restos del Coronel Dorrego como si se tratara de los restos del gran Aquiles. En vida, Aquel valeroso y arrogante oficial del Ejército de la Independencia y hoy gobernante, fue más incordio que estadista. Pero en muerte fue el último peldaño en el acceso de Rosas al poder formal. El real lo tenía ya de hacía rato y lo había construido desde la campaña a fuerza de trabajos y sudores. Era de él, sólo le restaba asumirlo. Y lo hará.

Rivadavia y Agüero, líderes del partido unitario partían rumbo a Francia en tiempos en que San Martín no quería desembarcar en Buenos Aires. Lavalle intentó pacificar las aguas en un contexto hostil donde no faltaban razones ni argumentos de toda valía. Pero no podía concebir que las negociaciones se realizaran en torno a Bustos ni a López a quienes veía con desdén, y así, quien había alzado al ejército en contra de las instituciones de gobierno no alcanzó a avizorar ni a ejecutar políticas directas que robustecieran su incómoda situación. Lavalle podía derribar pero no erigir ni menos gobernar. Todo un Soldado de San Martín, que terminaría yéndose a la Banda Oriental mientras sus oficiales partían hacia el Perú buscando refrendar antiguas glorias de la independencia. Rosas era el único garante de pacificación. Guido y García ocuparían nuevamente sus sillones desde los ministerios al igual que el general Balcarce, todos abonados al gobierno y todos respetables.

Bajaron las aguas y se puede apreciar con claridad al Rosismo, al Quiroguismo y al Unitarismo, encarnado en el general Paz sin que esto signifique uniformidad alguna dentro de estos bloques. Con la caída definitiva de Paz, Quiroga reasumiría relevancia en el mapa político nacional, cosa que López no admitiría sin oponer resistencia. Terminaría primereándolo en la designación del sucesor de Paz al frente de la gobernación de Córdoba instalando a José Vicente Reinafé en el cargo de gobernador.

A fines de 1831 La Madrid es vencido por las fuerzas de Quiroga en la batalla de la Ciudadela –Tucumán- y esta sería la última estocada del Partido Unitario en el interior por unos cuantos años, quedando relegada su causa entre los exiliados y algunos conspicuos porteños. El partido federal ocupa ahora todo el escenario con sus dos cabezas visibles, y López sería quien volcaría la balanza en pos de uno o de otro. Córdoba, inviable en tiempos del Manco Paz, presentaba ahora un flanco tan atractivo como benevolente. Paz le había ofrecido en la ocasión a López liberar al país y a Santa Fe de Quiroga, muerte sin dudas deseada por todos menos por los Quiroguistas. Nadie -de peso- contribuiría a que se construya poder en torno a su figura. Paz, Quiroga y a su tiempo Bustos hablaron llanamente de organización nacional en tiempos que Rosas callaba sobre estos asuntos.

'Fileteado sobre nuestra insignia nacional'. Bello trabajo de autor desconocido

...otro más.

Ni Buenos Aires ni Santa Fé se atrevieron a echar baza mientras Paz llevaba a Córdoba de las riendas. Luego de Oncativo -25 de febrero de 1830- los emisarios porteños ante Paz regresarían a Buenos Aires con Quiroga entre el equipaje.

Para marzo, el general Guido sería el nuevo embajador ante la corte de Pedro I tomando Tomás de Anchorena su lugar en el ministerio. Éste último y don Pedro Ferré trabajaron el borrador del Pacto del Litoral, intento de Rosas de condicionar el accionar de Paz.

Gobernador don Pedro Ferré, imagen tomada de museohistoricodebellavista.blogspot.com.ar
Don Pedro Ferré veía claro, tan claro como Rosas. No pudo negarse a la circunstancia e intentó plasmar sus especulaciones tras el conglomerado que proponía el Restaurador. Los diversos escenarios nacionales no le impidieron nunca actuar y entonces actuó y se comprometió con la Liga del Litoral. El 5 de julio de 1830 Paz daría curso a otra liga, la del Norte, contestación a la del Litoral. Domingo de Oro fue un interlocutor hábil entre Rosas y Paz.

El 4 de enero de 1831 se firmó el Tratado del Litoral pero ni asomo hubo de conformar un Congreso o de conformar un país. Ya había habido demasiados intentos y los más cercanos agotaron la imaginación y el oxígeno necesarios para la experimentación. Rivadavia había puesto bastante alta la vara y para el caso, ni Rosas ni Paz tenían aspiraciones en destacarse en saltos ornamentales.

En marzo, reaparecerá Lavalle en Entre Ríos. Tiempos en que los Federales estaban aprontados para ir sobre Paz. El absolutismo y el liberalismo en nuestras aguas. Rosas aceptó el regreso de la Sala de Representantes con la condición que designase a un gobernador sin entrar en deliberaciones. Con la elección recayendo obviamente sobre el propio Restaurador, no habría ni Congreso, ni Constitución ni presidencia ni leyes ni aduanas nacionales durante varias décadas.

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Dorrego. A su hora desterrado por el Directorio siendo entonces un férreo opositor que había tomado el asunto de la Banda Oriental como centro del ataque de su ariete, de palabra aguda generosa en causticidad, sostenida por una visión periférica de buen alcance. Fanfarrón, imprudente y atractivo: un político de raza.

Gobernador don Manuel Críspulo Bernabé Dorrego, bella postal tomada de lapenialoza.blogspot.com.ar
Durante las batallas de la Independencia en años que la Banda era ocupada por los portugueses, Pueyrredón decidió no entrar en guerra con Portugal y Dorrego no dejó pasar su oportunidad para tomar el tema como ya dijimos. Al igual que Artigas, interpretaba que la lucha era de éste lado de los Andes, en el Plata y el litoral.

Dorrego, artífice del derrocamiento de Rivadavia y de todo lo que éste se llevó a Francia junto con su persona, comprendió que el sostener indefinidamente el litigio con el Imperio hubiera sido causal de desastres en nuestras provincias litorales, objetivos primarios a la hora del abuso de los brasileños. Cosas de fondo que de ningún modo quedarían resueltas aún con un notable triunfo de nuestras armas. Porque al Enemigo se lo venció con contundencia pero de ninguna manera se lo exterminó ni se estuvo cerca de ello. Varios altos oficiales –Paz entre ellos- reprocharon a Alvear la falta de iniciativa sobe este punto. Pero al bloqueo no se lo podía vivir corriéndolo a cañonazos y apuraban la restauración del orden y la pacificación interior y también la madre del borrego: el comercio y el comercio traído de la mano de Inglaterra.

Solo los Unitarios hablaron de Aduanas Nacionales. Ferré también lo hizo y con claridad meridiana, sólo que el correntino no presentó jamás lucha en el plano nacional. Esa ambición que en unos abunda, en otros escasea pero ya lo ve mi Amigo, las cosas no las inventamos nosotros (menos mal) Las provincias buscaban gozar de una soberanía que no podían sostener solamente con el producido de su industria y comercio.

Rosas asumirá el 8 de diciembre de 1829, al año del fusilamiento de Dorrego, cuando en realidad venía ejercitando el cargo desde la campaña de hacía un buen tiempo.

Fin de la primera parte.

'Fileteado sobre nuestra insignia nacional'. Bello trabajo de autor desconocido


Interludio

Postales del Mundo

por Darío Lavia



1-París, 1859


El carnaval parisino tiene ese "que se yo, viste?", doncellas, damas, niñas, jovencitos, centauros, carruajes, disfraces, banderas. Todo suma a la hora de festejar.


Huecograbado de Eugene Lami.



2- Brooklyn, 1862


Ni los tremendos nubarrones bélicos podrían disuadir a estos vecinos de lanzarse a aprovechar esta natural pista helada combinando patines con atuendos festivos.



Xilografía en "Harper's Weekly", febrero 1862.



3- Roma, 1872


La Ciudad Eterna no se queda atrás y este grupo de personajes arquetípicos del mundo animal danzan en torno a un escandalizado sacerdote que no parece muy conforme con semejantes caracterizaciones.


Xilografía de Edward Frederick Brewtnall.



4- Perú 1875


Estos ashanincas se permiten disfrutar de este caluroso febrero poniéndose unos increíbles tocados en sus cabezas y unas plumas para bailar - como muestra el grabado - bajo el estímulo de alguna bebida espirituosa - que el grabado no muestra pero podemos inferir.


Xilografía de Gusmán.


5- Atenas, 1886


Mucho antes que las Olimpíadas sean motivo de festejo, estos griegos frenéticos organizan unos carnavales que nada pueden envidiar a los venecianos. El marco de la Acrópolis es el más fantástico y milenario que uno se pueda imaginar.


Xilografía de Maurand.


'Fileteado sobre nuestra insignia nacional'. Bello trabajo de autor desconocido


¿Un 'Gran País' o 'un Pueblo Feliz'?

Pablo Martín Cerone

I

Dice Walter Benjamin, en “A propósito del Angelus Novus de Klee”: “hay un cuadro de [Paul] Klee (1920) que se titula Ángelus Novus. Se ve en él a un Ángel al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava su mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las alas tendidas.

'Angelus Novus' dibujo en tinta china, tiza y acuarela sobre papel (1920) del artista suizo Paul Klee. Inspira al Angelus Novus ('ángel nuevo' en latín), de Walter Benjamin, obra que remite a una leyenda judía originaria del Talmud.Museo de Israel. Tomado de sociedadyhumanismo.blogspot.com.ar

El ángel de la Historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas… Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso”.

II

El problema del atraso de una nación con respecto a la modernidad capitalista se planteó muchas veces en muchos lugares del mundo, apenas la Revolución Industrial aseguró la indiscutible primacía de la corona británica al alborear el siglo XIX. Francia ya había comenzado a deshacerse de las instituciones políticas, económicas y sociales del Ancien Régime en 1789; Estados Unidos afianzó su vocación de potencia industrial con el triunfo del Norte sobre el Sur en la Guerra de Secesión de 1861-65; Japón optó por el mismo camino en 1868, lo que se conoce como el Período Meiji; Rusia tuvo que esperar hasta 1917, cuando abrazó una versión especial de la modernidad concebida en Londres por un judío alemán. En todos estos países y en muchos otros, la opción por la modernidad creó tensiones muy poderosas, porque la aristocracia terrateniente tradicional se resistió a perder sus privilegios (1), y porque la transición a una sociedad moderna siempre tuvo costos sociales importantes. Así que el desafío modernizador con el cual se encontraron los gobiernos patrios a partir de 1810 no era raro, sino muy frecuente, y muy similar al que enfrentaron gobiernos de otras latitudes.

III

En el principio, hubo una decisión puramente militar: la misión principal de todo Virrey del Río de la Plata desde 1776 consistió en detener tanto los intentos portugueses de penetrar en la Cuenca del Plata como los esfuerzos franceses y británicos por hacer pie en las soledades patagónicas. El territorio que el mencionado funcionario regía por cuenta de los Borbones de Madrid era muy extenso, pero carecía de toda cohesión y estaba muy poco poblado.

Sumac Orcko o Cerro Rico de Potosí. Imagen de 'Crónicas del Perú' de Pedro Cieza de León (1553) tomada de Wikipedia

La región más rica y poblada del Virreinato abarcaba el Alto Perú y sus regiones tributarias del Tucumán, Cuyo y Córdoba, con su economía basada en la explotación de las minas de plata de Potosí y la construcción de carruajes y cría de bestias de carga necesarias para tal cometido, sus universidades de Córdoba y Chuquisaca y su sincretismo cultural hispano – andino. Una segunda región abarcaba lo que hoy es el Paraguay, casi aislado del resto del mundo por selvas impenetrables habitadas por pueblos aguerridos, con una economía de cultivos tropicales y una fuerte impronta guaraní. Una tercera abarcaba las extensas llanuras de la Baja Cuenca del Plata, con su economía de subsistencia basada en la explotación del ganado cimarrón y su símbolo en la indómita figura del gaucho. Una cuarta región, la Patagonia, permanecía ajena al control de potencia europea alguna, y era desconocida casi en su totalidad. Avakov (2) ha calculado que, hacia 1820, la población de lo que ya entonces había dejado de ser el Virreinato del Río de la Plata era de alrededor de 1,8 millones de personas, de las cuales nada menos que el 60 % vivía en lo que hoy es Bolivia. En lo que hoy llamamos Argentina vivía aún menos gente que en Chile, cuando hoy es casi el triple. Está claro cuál era el centro de gravedad del Virreinato y cuáles eran sus áreas marginales... al menos en 1776.

Porque la apertura al libre comercio de los puertos de Montevideo y Buenos Aires en 1778 fortaleció en el tiempo y en ambas ciudades a una pequeña burguesía enriquecida con la importación y venta de artículos británicos y de esclavos africanos, actividades ambas que se venían llevando a cabo de forma no siempre ilegal por casi dos siglos.

'Candombe', óleo sobre cartón del político, pensador y artista uruguayo don Pedro Figari, tomado de www.pedrofigari.com

Es por esos puertos que comienza a penetrar por estas empobrecidas y casi deshabitadas tierras un nuevo modo de organización social y económica, entonces flamante y con todo el futuro por delante: el capitalismo.

Por esos mismos años se inicia el proceso revolucionario francés, que comienza con tímidas medidas reformistas en pos de una monarquía constitucional, continúa con la imposición de un igualitarismo totalitario y termina… en el imperialismo napoleónico. Los tiempos podían estar maduros para una modernización política que acabara con los vestigios del feudalismo y sancionara el surgimiento de la burguesía, pero no para una revolución social de raíz igualitaria: a los campesinos, a los obreros, a los mendigos, al populacho inculto y hambriento, una vez más les tocaba esperar.

El esquema de una revolución política exitosa y una revolución social abortada se repitió en América a partir de 1809-1810: en México, el ejército de desharrapados de los curas Hidalgo y Morelos fracasó donde luego triunfaría la revolución desde arriba de Iturbide. En los llanos venezolanos, las huestes mestizas y mulatas de Boves enfrentaron a Bolívar levantando, paradójicamente, la bandera de la adhesión a Fernando VII. En Chile, el proceso político tras la independencia quedó en manos de O’Higgins y la elite criolla, no en las de Manuel Rodríguez y los hermanos Carrera.

En el Río de la Plata sucedió algo parecido: el poder pasó del Virrey y los comerciantes monopolistas españoles al Director Supremo y los representantes de los intereses económicos ligados al comercio con Gran Bretaña. El papel asignado a las masas en ese proceso era el de servir de carne de cañón en los ejércitos libertadores y poco más

Retrato de don José Gervasio Artigas, del notable artista uruguayo don Juan Manuel Blanes, tomado de www.saledelosmuseos.blogspot.com.ar
… pero había un líder popular que hablaba de otras cosas. Que, en primer lugar, afirmaba ante un congreso de representantes de su pueblo que “mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana”. Que, para escándalo de buena parte de la clase dirigente porteña, sostenía la igualdad entre los seres humanos sin hacer distinciones de raza o condición social. Y que, para perfeccionar el horror de esa misma gente, se atrevía a expropiar tierras de “emigrados, malos europeos y peores americanos” para hacer de “los más infelices” los “más privilegiados” (3). José Gervasio Artigas se llamaba ese líder popular, el primer caudillo. Sus ideas eran demasiado para la época y para la región, y por ende fue derrotado. Pero sus principios democráticos e igualitarios respondían fielmente a la idiosincrasia del pueblo llano del antiguo Virreinato, y esas masas siempre encontrarían un caudillo durante el medio siglo siguiente, llámese Ramírez, López, Dorrego, Bustos, Quiroga, Rosas, Oribe, Urquiza, Peñaloza, Varela. El que no sea sencillo encuadrar a estos heterogéneos y contradictorios líderes populares como seguidores al pie de la letra del ideario artiguista es un tributo a la espontaneidad de la historia, que es obra de seres humanos, simples pecadores, como diría un cristiano devoto.

El colapso del poder colonial a partir de 1809-1810 fue lo suficientemente rápido como para impedir que surgiera un orden de recambio que fuera reconocido por todos. En su lugar, se desató un muy prolongado conflicto civil cuyas causas económicas discurrían en dos planos: uno, la pulseada acerca de la apertura al comercio británico, favorecida por los intereses mercantiles y ganaderos de Buenos Aires y del Litoral desde Mayo de 1810 (y aún desde antes) y resistida por los caudillos que lideraban a las comunidades del interior profundo, que vivían de la fabricación artesanal de productos que serían irremediablemente desplazados por ese comercio. Por el otro, el puerto de Buenos Aires contra el resto del antiguo Virreinato, por la existencia o no de otros puertos abiertos al comercio exterior y por la propiedad de las rentas de la Aduana porteña. Por siete larguísimas décadas, y salvo unos pocos oasis de paz, el país vivió condenado a la miseria, el atraso y la guerra civil intermitente, hasta que el ejército nacional pudo imponer una solución en 1880, en beneficio de una coalición de las oligarquías provinciales y el sector más esclarecido de la elite porteña. La solución creó las condiciones para una era de paz y prosperidad que duraría varias décadas, pero que también tuvo sus zonas ciegas y sus costos. Porque la prosperidad que alcanzó a las ricas tierras agroganaderas de la zona pampeana olvidó a las antiguas comarcas ubicadas al norte y al oeste de Córdoba, salvo oasis como la Mendoza de la vitivinicultura o el Tucumán de la industria azucarera.

Y porque alguien tenía que pagar la cuenta de esa prosperidad.

IV

“En un castellano arrevesado, el gringo [representante de los ferrocarriles británicos] me contó que estaban expulsando a los pobladores que vivían en aquellos campos para venderlos en grandes fracciones una vez que la línea hubiera llegado a Córdoba. Sería un negocio enorme – me decía – (…). Pero yo me quedé pensando en esos criollos que vivían allí desde tiempos inmemoriales, echados de su propio suelo. Supongo que era uno de los tantos precios que había que pagar al progreso. (…) para aquellos paisanos santafesinos y cordobeses el progreso tenía el oscuro rostro del desarraigo y la pobreza. Mala suerte para ellos. No sería yo quien llorara sobre su destino”. “Soy Roca”. Félix Luna. Debolsillo, 2005. Edición original por Editorial Sudamericana, 1989. Pág. 79.

V

Hay en la blogósfera argentina una especie de oráculo de Delfos: Deshonestidad Intelectual, el rincón del querible Manolo Barge. Suele ser un analista político bastante más perspicaz que casi todas las firmas más prestigiosas de los grandes diarios argentinos. Quisiera destacar un comentario suyo en una entrada de 2007 donde hablaba de los “nacionalismos que optan por un gran país con pueblos infelices” como los regímenes de Francisco Franco o Fidel Castro, así como de la preferencia de Manolo, y con él la de todo populismo, por “la otra vía nacionalista, un Pueblo Feliz, aunque sea en un pequeño país”. Y es así: la diferencia en el ideal, que a primera vista puede parecer sutil pero es en realidad profunda, explica bastante bien qué es lo que se estaba discutiendo en determinadas coyunturas de la historia.

Porque ¿qué era lo que anhelaban los unitarios, o sus sucesores los liberales porteños de las décadas de 1860 y 1870? ¿Un “gran país” o un “pueblo feliz”? ¿Qué buscaban cuando Sarmiento saludaba la ejecución del Chacho Peñaloza y el exterminio de las montoneras federales en nombre de la “pacificación”? ¿Qué ideal tenían en mente cuando mandaron al ejército argentino a despejar la pampa de mapuches? ¿En qué pensaban, en un “gran país” o en un “pueblo feliz”, cuando expulsaban a aquellos moradores de tiempos ancestrales para cedérselas a las concesiones ferroviarias británicas?

Locomotora 'La Porteña'. El 29 de agosto de 1857 esta locomotora realizó el primer viaje en tren desde la Estación del Parque hasta La Floresta, Buenos Aires, Argentina.Tomado de Wikimedia

Es cierto que, desde la distancia que dan las décadas, podemos saludar a la ocupación de la pampa y al tendido de las primeras vías ferroviarias como grandes y aún necesarios hitos en la integración del país en el que hoy vivimos, pero yo me quiero referir a otra cosa: a las tremendas y siempre denigradas luchas desatadas por el sufrimiento que esas (y muchas otras) medidas modernizadoras infligieron al pueblo argentino. Demasiadas veces en nuestra historia, tanto en el siglo XIX como en el XX, la creación del “gran país” que soñaban nuestras clases dirigentes requirió la imposición de “últimos sacrificios”, en especial a nuestros hermanos más débiles. En ese sentido, nuestro liberalismo es indistinguible del estalinismo: medidas draconianas como las citadas más arriba parecen salidas de una crónica de la Revolución Rusa.

Pero claro, Stalin era un monstruo, no un caballero de la alta sociedad porteña, lector de La Nación y abonado al Teatro Colón. Habráse visto, comparar a nuestros anglófilos liberales con los estalinistas.



NOTAS

(1) Véase la novela y el filme “Il Gattopardo”, respectivamente del Príncipe de Lampedusa y de Luchino Visconti.

(2) “Two thousand years of economic statistics: world population, GDP, and PPP”, Alexander V. Avakov, Algora Publishing, Nueva York 2010.

(3) El reparto de tierras a los desposeídos no era una simple liberalidad demagógica. El Artículo 11 del Reglamento Provisorio de Tierras que Artigas dictó en 1815 preveía que cada beneficiado estaba obligado a levantar un rancho y dos corrales en el término de dos meses, los cuales eran extensibles a tres. A quien no cumpliese se le quitaría el terreno, que sería entregado a otro vecino más laborioso.

El sistema de entregar tierras en forma gratuita a quien quisiera explotarlas dista de ser un exotismo sudamericano. Dice Federico Bernal en “Otras leyes de tierras revolucionarias. Los casos de los EE. UU. y Australia” (Infonews, 8 de enero de 2012) acerca del ejemplo norteamericano: " la Ley de Tierras, aprobada finalmente en 1862, estipulaba que todo ciudadano o aspirante a ciudadano podría acceder a un terreno de 64,8 hectáreas propiedad del gobierno nacional. Durante los siguientes cinco años, el beneficiado debería vivir en la tierra, cultivarla y construir en ella una morada de dimensiones prefijadas. Para 1934, más de 1,6 millones de ciudadanos recibieron terrenos en el marco de la ley de 1862 por un total de 109,305 millones de hectáreas, equivalente al 10% de la totalidad del territorio estadounidense”.



OTRAS LECTURAS

"La Argentina del Centenario”. Roberto Cortes Conde. La Nación, jueves 31 de diciembre de 2009.

“Historia económica del Río de la Plata”. Rodolfo Puiggrós. Retórica Ediciones / Altamira, Buenos Aires, 2006. Primera edición 1945.



'Fileteado sobre nuestra insignia nacional'. Bello trabajo de autor desconocido


Inicio de la segunda parte

...otro pétalo más.

Uno sospecha que López, Quiroga y Felipe Ibarra miraban la organización constitucional como la mejor expresión de todo lo que se esperaba a partir de la Revolución de Mayo. Los animaba un explicable resentimiento hacia Buenos Aires y la organización nacional significaba en un punto un condicionamiento al accionar porteño y a las atribuciones que éste se tomaba para con las provincias.

Encendida la guerra civil, el escenario de la política interior se tornaba impredecible, voluble y desafiante aún para mentes decididas a todo. Quiroga fue un bastión conteniendo a los unitarios porque en el fondo era mucho más razonable y a la mano llegar al poder combatiendo a los unitarios que discutiendo o defendiendo proyectos desde una banca. Rosas no podía prescindir de él y tuvo que lidiar y soportar sus suficiencias con la paciencia de un padre para con sus hijos.

Gobernador don Estanislao López, obra del artista francés Carlos E. Pellegrini. litografía de Bacle, tomado de Wikimedia
Quizás López haya sido el único federal entre todos los caudillos. Es interesante que siendo una figura indiscutible del movimiento se mostrara siempre atento a acercar posiciones con Paz, quien detrás de todo, era un comprovinciano como él. Incluso Ibarra, siempre propenso a las desviaciones y a las torsiones, no dejaría de entrar en conversaciones con el Manco. Juan Alvarez dice: “Don Pedro Ferré comprendió la necesidad de un federalismo que protegiese las industrias del interior, nacionalizara las aduanas y abriese los ríos a la navegación internacional quebrando el monopolio de Buenos Aires”. López supo que no había ganancia en luchar contra Buenos Aires -la experiencia de Ramírez había sido suficiente- y no se quedó con ello, buscó ampliar la órbita de su influencia sobre Córdoba, llevando a Reynafé al gobierno en un golpe de mano que hiciera trinar a Quiroga. Con esto, López se aseguraba un corredor entre las provincias interiores cosa de no necesitar de pivotear en Buenos Aires para todo efecto.

Rosario bien pudo ser puerto natural de comercio con el centro y norte del país. Ya con Echague en Entre Ríos –febrero de 1832- más el apoyo de Ferré desde Corrientes, López hubiera podido ofrecer mayor resistencia a la penetración de Rosas y de Buenos Aires. Pero ya lo dijimos: López y Ferré estaban para definir el resultado de una contienda a escala y no para llevarla sobre sus propios hombros. Clausurada la vía fluvial, la fuerza santafecina era mayor en apariencias que en rigor. Y por si esto no fuera suficiente, Rosas, previendo esta movida, se había anticipado a López y a Ferré con el Pacto del Litoral.

Escuchemos a Rosas.

“La idea del Congreso es una especiosa invención de ambiciosos para alucinar a los pueblos libres y establecer tiranías bajo la apariencia de libertad”.

No hubo engaño, y en lo que respecta a Un Hornero, esta concepción de organización y administración política tan emparentada desde lo conceptual con la que don Gaspar Rodríguez Francia instaurara desde un primer momento en el Paraguay no confronta con sus convicciones más íntimas. Esto es Rosas y su postura frente a los asuntos. Provincias confederadas. Los tantas veces oprobiados y calumniados unitarios fueron los que en definitiva hablaron de todo lo que vaya uno a saber porqué se lo terminarían adjudicando al patriotismo de Rosas.

El momento que sigue al asesinato de Quiroga será el culmen del poder del Restaurador quien aprovecharía su muerte como en su ocasión hiciera con la de Dorrego. López abandonaría a los Reynafé -acusados de la muerte del Riojano- a la suerte que les asignara Rosas.

Ahora ¿Qué significa esta intervención de Rosas en la provincia de Córdoba? Los Reynafé debieron ser juzgados en la propia provincia. Las circunstancias exigían injerencia en el plano nacional y Rosas así lo interpretaba. En circunstancias del arresto de Paz, Rosas optó por la autonomía de las diversas jurisdicciones. Por cosas como éstas es que los pueblos se dictan una Constitución: para evitar que sean las circunstancias las que guíen el barco de los intereses generales y sean las instituciones previsibles y ajustadas a derecho quienes lo hagan, con plena conciencia de lo que se obtiene y de lo que se pierde con cada decisión.

López no se terminaría oponiendo a Rosas y tras 8 años también terminaría entregando al Manco Paz a Buenos Aires. Porque en la hora de los Caudillos, la Constitución se asemeja a la Biblia, que todo el mundo cita pero nadie entiende bien cual será su costado práctico.

'Fileteado sobre nuestra insignia nacional'. Bello trabajo de autor desconocido

...y otro.

La opinión pública mal dispuesta por el curso de la flamante Constitución responsabilizó al gobierno de la inacción en que permanecía el Ejército cuando la verdad es que, dada la situación de la república, cada día se hacía más difícil dotar, equipar y sostener un ejército cuya formación dependía de la voluntad de los gobernadores, reacia y deprimida para las causas nacionales.

Buenos Aires proveyó del mayor contingente y luego de la renuncia de Martín Rodríguez sería Alvear el consignado. Éste dividió el ejército en tres cuerpos: el 1° de vanguardia de caballería bajo el mando del general Lavalleja, el 2° de caballería y artillería bajo el de Mansilla y el 3° batallón de infantería al mando del general Soler. Otros oficiales de relevancia fueron los entonces coroneles Lavalle, Eugenio Garzón, Manuel Oribe, y Leonardo Olivera, el teniente coronel Federico de Brandsen, el mayor Martiniano Chilavert, el comandante Manuel Besares, coronel José Valentín de Olavarría, el Jefe de Regimiento Félix Olazábal, el coronel Román Deheza y el Jefe de Regimiento Ángel Pacheco.

Tiempos en que la presidencia de Rivadavia tambaleaba ante los empellones de la demagogia. La Constitución sancionada por tres cuartas partes del Congreso acababa de ser rechazada por todas las provincias cuyos hombres principales se ocupaban menos en defender la integridad en tiempos de guerra que en convulsionar la opinión contra el gobierno y la Constitución. Bustos acusa a La Madrid de armar una revolución desde Tucumán: esto explicaba la falta de apoyo. La lealtad de La Madrid por los unitarios y su accionar en Tucumán no hace sino desnudar su pobreza de miras políticas y la falta de recursos idóneos ante una circunstancia que los necesitaba de a cientos y con urgencia. Nada de esto busca empañar la bravía y determinación con que el propio La Madrid como tantos otros defendieran las insignias de la patria y su filiación partidaria. Ya hablamos de esto y es lo que sentimos y expresamos al referirnos tanto a unitarios como a federales, patriotas todos.

Plaza de Mendoza (1826) Litografía de Edmond Bigot de La Touanne.Tomado de Pinacoteca Virtual Sanmartiniana, de don Jorge César Estol

Cuyo estaba entonces sometida a Quiroga y vinculada a Dorrego. Cuando Quiroga recibió de Dalmasio Vélez Sarfield copia de la Constitución junto a su nombramiento como “general de la nación”, devolvió el oficio sin abrirlo. Junto al nombramiento recibía la misión de armar 2.000 hombres y salir rumbo al Brasil.

Vicente López fue la transición que convergería en Dorrego cuyos vínculos con los gobernadores de las provincias auguraban mejores suertes. Dorrego envió emisarios a Santa Fé para elaborar un modelo de Organización Nacional. Quiroga campeaba y actuaba por su cuenta, y Dorrego tenía toda su estructura de gobierno armada sobre la disolución de los poderes nacionales y restablecimiento de los de la provincia de Buenos Aires, como en 1820 salvo que aquellos tenían menos luces que éstos.

Dorrego estaba fatalmente destinado a encabezar este capítulo en nuestra historia.

Dorrego y Alvear fueron republicanos de la primera hora. Dorrego rompió filas con la Logia Lautaro cuando vio que predominaba en ella el elemento monárquico. Alvear ya había hecho proclamar la república en la Asamblea del XIII cuando se disponían los ánimos a rendir vasallaje a Fernando VII o a los príncipes a quienes se ofrecía la soberanía en nuestras tierras. Dorrego aceptaría la renuncia de Alvear y designaría a Lavalleja en su reemplazo. Era impolítico dar expectabilidad a quien trabajaba por la independencia de la Provincia Oriental afirma don Adolfo Saldías. Lavalleja negociaba por su propia cuenta términos de paz con Lord Ponsonby a través de su agente don Pedro Trápani. Uno de este lado del Plata no entiende porqué se toma con culpa la independencia del Uruguay y no se lo puede ver como un acierto y como fruto natural de los esfuerzos políticos y los deseos de los principales referentes uruguayos.

Tiempos en que Dorrego activó a dos alemanes, Federico Barren y Martin Hin con el encargo de insurreccionar a la división imperial alemana que guarnecía Río de Janeiro y secuestrar al Emperador en combinación con el comandante italiano don César Fournier, jefe del corsario argentino Congreso. Esto fracasaría pero el intento fue osado y quien sabe lo que hubiera sucedido en caso de ser exitoso.

El gobierno de Dorrego vacilaba entre la lejanía de las influencias que le habían dado el ser y la resistencia de los unitarios desalojados desde su arribo al gobierno. Sentía el peso de las responsabilidades que el resto de los gobernadores le había transferido en presencia de una nación sin poderes y en plena guerra. Sin constitución ni erarios. Y en ciernes…sin ejército.

Y a pesar de la victoria de nuestras armas, el bloqueo no cesaba ni cesaría.

La Convención constituyente de Santa Fe demostró que la cosa no pasaba tanto por un régimen de gobierno en especial sino por la voluntad y ambiciones de cada gobernador. Dorrego y Bustos comandaban las aspiraciones a escala. Dorrego perdería todo punto de apoyo en el interior salvo el que le ofrecía Rosas y las milicias de la campaña, un todo armonioso.

La paz con Brasil no prosperaría si Fructuoso Rivera no retiraba sus fuerzas de las Misiones. Pero Rivera con algunos apoyos correntinos y entrerrianos, ya contaba con lo necesario como para expedicionar sobre el Paraguay en solitario. Rivera y Quiroga, dos figuras de las que enardecían al buen Sarmiento. Será que nos irrita encontrar nuestros propios rasgos en otros rostros que los aprovechan con absoluta discrecionalidad y sin culpas.

La paz se terminaría alcanzando sobre la base de la independencia de la provincia oriental y vemos a Dorrego estampando su firma en el acuerdo. Una paz incomprensible e inaceptable en los ánimos generales. El ejército triunfal en Yerbal, Bacacay, Ombú, Camacuá e Ituzaingo quedaba desamparado en el terreno de la política. Muchos orientales celebraron esto. A la prensa porteña no le importó ahora cargarse a Dorrego con la misma pala con que éste se había cargado a Rivadavia. Dorrego estaba perdido y ahora se hablaba de Lavalle y de la disolución de la Junta de Representantes. Comenzaron a aparecer medidas restrictivas y represivas desde el gobierno. El coronel Rauch, figura notable en la lucha interior contra el indio, sería destituido como parte de una política de ajuste en el ejército (recuerde el lector la reforma en la materia que Rivadavia había llevado adelante hacía no mucho tiempo).

Ahí vemos regresando a Lavalle, héroe de Pasco, Riobamba y Chacabuco, fiel retrato del soldado admirable despreciado desde el ágora. Estamos intentando reflejar un sentir de la época y no expresar nuestra opinión sobre el soldado.

Al amanecer del 1° de diciembre el general Lavalle y el coronel Olavarría al frente de la caballería e infantería de la 1° división del Ejército entraron en la Plaza de la Victoria. Sin elementos a su disposición, Dorrego abandonó la fortaleza rumbo al campamento de Rosas. Lavalle, considerando su partida como simple renuncia, convocó al pueblo a deliberar. La cita se dio en el templo de San Roque, al modo de aquellas que se celebraban en 1820 cuando casi a diario se juntaba al pueblo para asignar nuevas autoridades.

Lavalle apelará al juicio de la posteridad, pero se llevará a su tumba el remordimiento de un patriotismo mal encausado y exacerbado por quienes tan incapaces fueron para fundar nada estable en el pasado reciente y en lo sucesivo. Con el fusilamiento de Dorrego se apostó por la estéril tentativa de sujetar a las provincias al régimen unitario sin mejor argumento que las bayonetas de Lavalle.

'Fileteado sobre nuestra insignia nacional'. Bello trabajo de autor desconocido

...y el último de este número.

En 1825 el gobierno de Buenos Aires invitó a las provincias a reunirse en un Congreso para darse formas institucionales y una Constitución.

General don Gregorio Aráoz de La Madrid, retrato sin datos del autor tomado de Wikipedia
Se preparaba la guerra del Brasil y a cada provincia se había encomendado la conformación de un regimiento para el Ejército. A Tucumán fue La Madrid con el encargo. Impacientado no vaciló en derrocar a las autoridades y asumir el gobierno para providenciar los medios.

Este acto subversivo puso en jaque a Rivadavia, atizando recelos que debían ser apaciguados. Para desvanecer toda suspicacia se solicitaron los servicios de Facundo Quiroga para que ataque al Tucumán y restituya a las autoridades.

La Madrid, siempre leal a la causa unitaria, expondrá sus razones pero para no agravar las cosas, envía lo principal de sus fuerzas hacia Salta y presenta batalla contra las fuerzas que había reunido Quiroga. La Madrid termina cargando él solo contra la infantería y cae mortalmente atravesado por bayonetas en la acción del Tala, filetea don Domingo Faustino Sarmiento. Pero no morirá allí ni mucho menos. Perderá media oreja y se le llenará de cicatrices el rostro.

Facundo irá luego contra el gobierno que le había encomendado la misión por la misma razón por la que había hecho lo propio contra Aldao, porque se sentía fuerte y con voluntad de obrar guiado de su instinto ciego e indefinido de gaucho malo enemigo de todo orden civil, de las instituciones, de la ciudad. Otra estampa, también del Sanjuanino Inmortal.

Rivadavia renuncia en función de que la voluntad de los pueblos no lo sostenía “pero el vandalaje os va a devorar” añade a modo de despedida. Su constitucionalismo a lo Benjamin Constant no terminó de prender en nuestras playas. Rivadavia ignoraba que un gobierno tiene ante Dios y ante las generaciones venideras arduos deberes. Los pueblos en su infancia son niños que nada prevén, nada conocen y de ahí que sea preciso que hombres de alta previsión y alta comprensión los tutelen. El vandalaje nos ha devorado y es triste gloria el vaticinarlo en una proclama, tercer fileteado de Sarmiento acerca de un ser a quien admira, como Rivadavia admiraba a Álzaga a quien le acercó la muerte quizás movido por la misma admiración que en ciertas mentes y ocasiones se torna obsesiva y fatalmente violenta.

La gestión de Dorrego exhibía la impotencia del federalismo ante las causas nacionales. Porteño ante todo, ¿por qué habría de interesarle el interior? El ocuparse de sus intereses –los del interior- le hubiera significado ser unitario y nacional. Había prometido a los caudillos todo cuanto pudiera afianzar la perpetuidad e intereses de cada quien. ¿Pudo prever Dorrego que las provincias vendrían un día a castigar a Buenos Aires por haberles negado su influencia civilizadora? se pregunta Sarmiento, con más ornato que brillo.

Vista de Buenos Aires, litografía de 'Räsenin in Südamerika' Félix de Azara, 1810. Biblioteca Nacional de Buenos Aires Tomado de Pinacoteca Virtual Sanmartiniana, de don Jorge César Estol

Ya Rivadavia había apreciado como los decretos y leyes emanados desde el Congreso o del Ejecutivo no lograban superar la barrera de los arrabales. Dorrego desde la oposición había empleado esta resistencia de extramuros instaurando el uso de una legítima arma política. Él mismo pudo apreciar cómo esta palanca aplicada intencionadamente contra aquel gobierno seguía friccionando en su trabajo de desquiciamiento: respondía a otros nombres.

Indiferente entre los pueblos del interior a quienes en la ocasión había cedido exceso de protagonismo, débil con el elemento federal en la ciudad y en suelo resbaloso de la campaña que ahora llamaba en su auxilio, quien había llegado al gobierno por su tarea opositora en el Congreso intentará ahora atraerse a los unitarios a quienes acaba de vencer. Los unitarios lo dejaron caer sin comprender que detrás de Dorrego venía Quien se llevaría puesto a Dios y a María Santísima.

Tiempo de regresos, y ahí vemos llegar la 1° división del Ejército comandada por Lavalle. Dorrego conocía perfectamente el sentir de los veteranos de la Independencia, en su mayoría coroneles, mayores y capitanes mientras que en el seno de la república y sin dar jamás un paso más allá de las fronteras había decenas de beneficiarios que ostentaban rangos de comandantes y de generales. El 1° de diciembre amanecieron formados en la Plaza de la Victoria mientras Dorrego huía a la campaña entre gauchos e indiada amiga de Rosas.

Era Rosas y no Dorrego ni Bustos quien trabajaba día y noche procurándose de aquel elemento que no era aún pero estaba cobrando formas decisivas, el tercer elemento social vigoroso e impaciente por aparecer en escena. Lavalle intentó con su espada una sangría que evitara la descomposición. Pero no había tal descomposición. Había desconocimiento. Y miedo.

El aislamiento colonial convergerá en guerra santa, y encuentra a cada quien en su elemento: Rivadavia en Francia, Rosas aún aguardando su hora en la campaña y Facundo en el desierto. Ya sin La Madrid, en Mendoza se le une Félix Aldao con auxiliares y ahora va con 4.000 hombres a medirse con Paz. Facundo y Paz, dos tendencias que van a disputarse la República. Rosas no participará de esos enfrentamientos.

'Fileteado sobre nuestra insignia nacional'. Bello trabajo de autor desconocido

En nuestra organización nacional coexistieron dos factores: la provincia y la región, dos órdenes de cosas, la organización política, voluntaria, convencional y la región, que tiene su principal fuente en la vida material con sus caracteres étnicos y sociales. Dos planos en que se movieron con mayores o menores aciertos los Padres fundadores de nuestro país. Dos planos, como lo son lo inevitable y lo susceptible de ser modificado. El fenómeno social y étnico está por encima del pensamiento del legislador y lo más que puede hacerse es regularlo, hacerlo coincidir con la dirección política en cuanto esto sea posible, del maestro don Joaquín V. González.

Notas sueltas

La Constitución de Rivadavia había sido precedida por el decreto del 18 de octubre de 1826 que privaba a varias provincias de sus aduanas exteriores, base de su vida financiera. Como en tiempos del Rey, se monopolizaba formalmente lo recaudado por el comercio de ultramar.

El Río de la Plata es la arteria que comunica con Europa enormes zonas de territorio brasileño, boliviano, paraguayo, uruguayo así como las provincias de nuestro litoral. Sujetar tan inmensa región únicamente al Puerto de Buenos Aires fue empresa demasiado compleja. La fuerza de las armas simplificó y sostuvo al tiempo que daño el tejido que se buscaba preservar.

Las tentativas de organizar un país y un gobierno central y los fracasos de 1820 y 1827 coincidieron con el aumento o la disminución de las rentas de aduana de esos años. Las emisiones extraordinarias de papel moneda –y su consiguiente depreciación- corresponden a períodos en que la Aduana produjo menos renta de la proyectada. La intervención de escuadras extranjeras dejaba bruscamente sin recursos al gobierno central con solo interceptar la boca del río de la Plata.

La disolución de los gobiernos centrales en 1820 como en el 27 dejó sin medios al ejército y a una administración nacional que quedarían cesantes. Las provincias interiores no tenían razón para conservar tan crecido número de jefes y oficiales y la situación se tornó en problema. Cierto que la Campaña en el Brasil energizó actores y resortes pero terminada ésta tornaron a la anterior situación de desamparo. Esto explica algo del espíritu reinante entre los soldados a la hora del alzamiento contra Dorrego.

Nuestras tropas y jefes se llevaban la mitad de la renta fiscal anual nacional. Para 1834 el desarreglo de la hacienda pública lo generaba la cuestión del ejército, y no bastando los sueldos, hubo que repartir tierras públicas entre oficiales y jefes. La lucha por los ascensos y por estos repartos fueron inseparables de las revueltas civiles.

La situación económica del clero nacional también llevó su parte en esta historia. Habían sido sacerdotes muchos de los integrantes de aquellas primeras asambleas. Pocos vieron con agrado cuando el gobierno se apoderaba de las rentas eclesiásticas. Veamos. Sólo en la diócesis de Buenos Aires el diezmo aportaba más de 100.000 pesos fuertes anuales (el presupuesto anual nacional superaba en poco los dos millones y como ya vimos el gasto del ejército superaba también en poco el millón. No se pretende mucho con estos datos bastante ralos sino dar una impresión sobre las proporciones). Pocas veces se advirtió que el clero asumiera una postura tan definida como con la reforma religiosa de Rivadavia, y esta cuestión no dejaba de rozar a otra, la de la soberanía y autonomías provinciales. La Constitución del ’53 fijaría los términos del asunto en la figura del patronato y religión oficial: la Nación costea el culto pero lo gerencia, interviniendo en el nombramiento de aquellos funcionarios que sean beneficiarios del Presupuesto Nacional. Simple y puro. Como todo, tuvo que germinar y eso requirió de tiempo.

Rivadavia operaba sobre un claro eje: civilizar, secularizar, desmilitarizar y pacificar a través del balsámico comercio. Es incuestionable que promovió el comercio y la industria y movilizó la riqueza reorganizando la administración y finanzas a escala. Los Cabildos le estorbaban así como la veleidad de los gobernadores, el clero ultramontano y el ejército también. Estudiar sus reformas sobre estos asuntos es algo que Un Hornero aconseja. Recomendamos "La Evolución de las Ideas Argentinas" de don José Ingenieros.

No concebía la guerra sino como un estorbo para la construcción de un edificio jurídico, administrativo y político estables que permitieran a los propios consolidarse y a los hombres del mundo venir a poblar nuestros yermos. Veía con un solo ojo. Muchos ni siquiera eso. Otros hombres hicieron de la guerra la causa de revitalización y sostén de la vida de sus naciones. A cada nación su estadista.

Con la Ley del Olvido, regresaron al país casi todos los desterrados por los directoriales, entre ellos Alvear y Dorrego. Las reformas provocaron resistencias y florecieron conspiradores por todos lados. Dorrego, jefe de la represión flamantemente designado por Rivadavia, tuvo el gesto de dejar escapar al principal entre todos ellos, a don Juan Gregorio García de Tagle quien en años del Directorio lo exiliara y a su tiempo celebraría su fusilamiento.

Explotaría la guerra del Brasil luego de diez años de ocupación brasileña en la Banda Oriental, invasión propiciada -como si eso alguna vez hubiera sido necesario- por el propio Tagle desde el Directorio, como mecanismo de torsión para derribar el accionar de Artigas.

En Ayacucho serían definitivamente vencidas las fuerzas realistas y con ellas el último vestigio de ocupación peninsular en nuestras costas.

Inglaterra ya había enviado a Woodbine Parish a Buenos Aires a alcanzar acuerdos de igualdad y libre comercio con todo lo que esto pudiera significar entonces, en tiempos en los que no teníamos ni flota siquiera mientras la Armada del Brasil se desplegaba a lo ancho de la boca del Plata.

Bolivar obraba a discreción en el norte y llamaba al Congreso de Panamá, último soplo de aquella Patria Grande más deseable que digerible.

El nuevo régimen es rechazado por todas las provincias menos por la Banda Oriental. Para 1827, al Presidente sólo se lo reconocía como tal dentro de los límites de la ciudad.

'Fileteado sobre nuestra insignia nacional'. Bello trabajo de autor desconocido

Corolario

La Moraleja es el culo venenoso de la fábula. Adelante con la parábola que todo lo dice y nunca se achica.

La existencia de un pueblo no se da como un círculo cerrado, se desarrolla en una espiral creciente -repuso Megafón. La Paleoargentina es una vuelta del espiral que ha terminado su recorrido. La Neoargentina es otra vuelta que arranca justo donde acaba de terminar la otra. La espiral entera se asemeja a una víbora enroscada en un árbol.

¿Quién es la víbora? -inquirió Cifuentes

La Patria -dijo Megafón- Hay pues dos Argentinas en sucesión y no en real enfrentamiento. Lo que sucede es que los argentinos, en la agonía, se resisten a la otra vuelta y estorban su desarrollo y esto porque su mentalidad también es igualmente finalista y cerrada. Ustedes, los de la Metahistoria, la llamaron 'colonialista'.

¿Y no es así? -gruñó Cifuentes.

-¿Quién lo negaría? Es una mentalidad que no logró romper las estrechas y cómodas estructuras del coloniaje, un horizonte en el que no cabía otra noción de la Patria naciente y sus destinos posibles. Todo Horizonte es al fin de cuentas también un círculo cerrado, y la Patria, un animal viviente que se desenrosca en expansión y exaltación.


Tras una serie de errores fatales, anarquía, intrigas y desconciertos, entre los cuales sin dudas el fusilamiento de Dorrego ocupa un lugar sustantivo, vendrán otros vientos que no serán precisamente los del futuro sino más bien los del pasado.

A estos vientos le sucederán los que venían de antes, los del futuro y a estos otros, nuevamente los del pasado, los que vinieron después. El uróboros o mejor aún, la serpiente de la que habla el genial Megafón de don Leopoldo Marechal. De todo lo bueno y todo lo malo que pueda desprenderse no puede hacerse a nadie especialmente responsable sino a los astros.

Es bueno saber que todas las vidas han sido ganadas y ni una sola se perdió: han sido vividas. No encuentro nada mejor para cerrar este número.

PD: ¿Le parece que hablamos poco de Rosas? No hacemos otra cosa que hablar de él todo el tiempo. Y seguiremos.